El aceite es un bien de la naturaleza para la humanidad. Grandes chefs siempre le hacen autopromoción al aceite español, puntuales tienen denominación de origen y la dieta mediterránea no se existe sin él.
La intrahistoria a la alfombra roja varía radicalmente pisando la tierra. Los agricultores subsisten por las subvenciones de la Unión Europea con la inseguridad del 2013, ya que la producción no les da para costear los gastos, aún siendo uno de los años fuertes. En ciertos casos, en La Carlota se les ha dado la aceituna a los jornaleros como pago para que los beneficios de la producción fueran suyos, llegándose a las cooperativas del municipio. Igualmente, la recogida de la misma ha sido realizada por núcleos familiares y mutua conveniencia en el olivar carloteño.
Para los entusiastas de las cifras, la renta olivarera ha bajado un 5’7% respecto al 2009 (Faeca); y mientras el precio de origen es entre 0’30 céntimos/kilo y 1’80 euros/kilo, el precio de producción es 2’46 euros (Ministerio de Medio Ambiente Rural y Marino). La gran paradoja viene de Bruselas que no ha actualizado los precios desde los años 90, cuando se reclama el mecanismo del almacenamiento privado.
Viene al dedillo la expresión recurrente ‘el pez que se muerde la cola’: los agricultores, la gente que vive del campo sigue pasando hambre en los albores del siglo XXI, se las ven y se las desean, y los intermediarios y las grandes cadenas comerciales exprimen hasta la última gota de los hogares.